Diógenes Abreu, al fondo se observan los los poetas Andrés Mateo y Tony Raful.
Por: Rafael Pineda
rafaelpinedasanjuanero@gmail.com
Mi nombre es Rafael Pineda. Soy poeta. Pido que me permitan expresar lo que sentí al leer una carta de Diógenes Abreu dirigida a los poetas Andrés Mateo y Tony Raful. No hablaré en nombre de ellos, no me compete ni el autor de la carta me cita, ni siquiera me conoce.
Voy hablar por la boca muerta de los 40 niños degollados por haitianos en Moca. Por los brazos cortados por el machete de un haitiano a la adolescente dominicana Cielo García. Por los dominicanos que durante 200 años han guardado silencio ante el continuado despojo territorial de miles de kilómetros.
Diógenes Abreu es un escritor dominicano con más de 40 años en Estados Unidos. Intelectual nacido aquí, toma partido y rompe lanzas contra el país que le dio origen, enfrentándose al sentimiento de supervivencia nacional.
Sus largos años en el país del norte, lo desarraigaron tanto que se acomodó a otra visión del mundo, distanciándose de la razón histórica. Estando en Uruguay una embajadora estadounidense amiga de ambos, me dio de él la primera referencia y me interesó conocer su obra.
Tuve acceso a la carta referida, a través de una publicación de la señora Maribel Núñez. Pienso que, por razones obvias, ninguno de los destinatarios les va a responder sus confusiones, ni le cuestionará su toma de posición contra el país de Duarte; ni su ácido desamor por lo dominicano.
Abreu expresa desencanto con los dos poetas, de quienes sospecha que sus militancias y discursos eran una pose intelectual; y confunde el cumplimiento de la Ley General de Migración número 285-04, que dicta: “La presente ley ordena y regula los flujos migratorios en el territorio nacional, tanto en lo referente a la entrada, la permanencia y la salida, como a la inmigración, la emigración y el retorno de los nacionales”.
Confunde los dictados de esa ley con la solidaridad entre los pueblos, citando equivocadamente a Máximo Gómez y Gregorio Urbano Gilbert, internacionalistas que lucharon contra lo que él defiende.
Su confusión lo conduce a creer que el gobierno debe violar las leyes que sustentan al Estado, a la nación.
Sostiene que “desde instituciones del Estado y privadas se atropellan los valores culturales y la humanidad de la negritud dominicana…”
Y yo le digo que son falsos sus dichos, los negros de este país caminamos libremente las calles, participamos en la política, nadie nos rechaza en el trabajo, ni en la escuela, ni en el autobús nos niegan el asiento. Aquí, negros y blancos gozamos de igualdad.
Remata, acusando a los dominicanos de sostener un arrebato de odio y prejuicio contra lo haitiano. Nada más falso. Ningún ciudadano de ese país ha sido atacado, ni discriminado, ni su sangre derramada por dominicanos. ¿Puede Diógenes Abreu decir lo mismo de sus protegidos? ¿Puede negar la sangre de miles de víctimas dominicanas a mano armada haitiana?.
Le espeta a Mateo y a Raful: “Ambos saben hasta la saciedad lo vital que fue el apoyo y participación del pueblo haitiano para que lográramos la Restauración contra la anexión a España en 1861”.
Se equivoca de nuevo. Bien conoce que lo vital para la victoria de la lucha restauradora fueron las espadas de Gaspar Polanco, Luperón, Rodríguez, Ogando, Sánchez, Cabral. Duarte viajó desde Caracas a ponerse al servicio de las armas. Y paro de nombrar.
Abreu piensa que hay una deuda eterna con nuestros vecinos que debe pagarse, cediéndoles territorio, permitiéndoles violar nuestras leyes y que se muden 10 millones de ellos para dominicana.
Se equivoca en todo. Haití le debe a República Dominicana 7 invasiones militares, 22 años de avasallamiento, la sangre de los héroes, los brazos mutilados de Cielo García, el cierre de la universidad, el degüello de 40 niños y de cientos de ciudadanos en el norte, en el sur. Y paro de contar porque el periódico no me permite más espacio.
El autor es poeta.
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