Mis primeros pasos en la escuela

Por: Roberto Rosado Fernández.

               En 1955, a finales de la Era del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina, se creó, en el paraje San Ramón, de la Sección Mogollón, la escuela de emergencia San Ramón. Está  ubicada próximo a la casa donde naci, debido a que el terreno donde fue construida lo donó mi abuelo, Obdulio Rosado Vásquez.

              La primera maestra, Juana María Fernández se le permitió vivir en mi casa  debido a su grado de parentesco con mi madre Juana Catalina Fernández, eran hijas de los hermanos Diego y Antolín Fernández, ambos hijos del matrimonio Aquilino Fernández y Eustaquia Fernández  oriundos del paraje Lavapiés de la Sección Mogollón.

               Cuando se creó la mencionada escuela yo apenas  tenía tres años cumplidos. Mis hermanos, Frank y Miriam asistían a la escuela y por las noches, con lámpara de gas kerosene o husmeadora, hacían sus tareas, sobre todo las de lectura y escritura y, aritmética. Esa era una obligación, no  solo por las exigencias de mi madre, sino por la vigilancia de la maestra.

               Las clases de lectura y escritura tenían como base la Cartilla Silabario, la que, una vez leída y recitada, lección por lección, por cada estudiante, otorgaba el derecho a ser promovido al segundo grado; eso constituía una rutina que se cumplía al pie de la letra.

               Mi madre adquirió una pizarra con la finalidad de hacer más efectiva la realización de las tareas de escritura y las de aritmética de sus hijos, ocho en total.

                A  esa edad y, de manera consistente, comencé a acompañar a mis hermanos y eso me permitió alfabetizarme mucho antes de adquirir la edad cronológica, siete años, para ingresar a la escuela.

              A medida que mis hermanos avanzaban yo avanzaba también.  Sabia las vocales, el alfabeto español, leía y escribía perfectamente cada lección de la cartilla y realizada correctamente las operaciones  aritméticas de primer y segundo grado de la educación primaria y, además, me introducía en las de tercero con mi hermano Bolívar.

            En septiembre del año 1959, ingresé a la escuela pues, ya tenía cumplidos los siete años que establecía la ley, antes de esa edad no lo podía hacer.

            Como sabrán, todo lo que se enseñaba ya lo sabía. Como la escuela era de emergencia, por la mañana se daba primero y segundo y sobre la tarde, el tercero; yo asistía por la mañana al primero y segundo y, por la tarde a tercero.

              La maestra Artemia Dirocie sustituyó a Juana María Fernández por razones de traslado. Encontró extraña mi situación, no por el conocimiento, sino por la edad. Cuando llegaban los inspectores y preguntaban por ese niño  ella informaba que se lo llevaba para no dejarlo solo en la casa  donde vivía, pues la madre era viuda y debía trabajar en el conuco para el sostenimiento  de sus hijos. No olvidar que los profesores de la zona rural tenían que vivir en la zona de trabajo.

             A término del año escolar debía pasar a la escuela número dos o escuela de Desarrollo que estaba y está ubicada en la sección Mogollón, a cuatro kilómetros de distancia.  La directora de la época era la maestra Aura Cadena, acompañada de dos excelentes maestras, Milagros Genao y Aridia Ramírez.

            La maestra Artemia me acompañó, junto a mi madre, el día en que me debían aceptar en cuarto grado. La edad seguía siendo el obstáculo. Luego de someterme a una prolongada prueba de conocimiento, tanto de la directora como de la maestra de tercer grado, Milagros, se me aceptó como oyente y, si daba resultados positivos, durante el primer trimestre, asumía la responsabilidad y ella discutiría mi caso con el inspector y el intendente, hoy director de Distrito y Regional respectivamente.

            Las pruebas del primer trimestre, que se impartían en diciembre, las aprobé con notas sobresalientes y así adquirí el derecho de ser un estudiante de cuarto grado de la escuela primaria en Desarrollo número dos.

           El quinto, con la profesora Aridia lo desarrolle de igual manera, adquiriendo notas que sigue siendo records en esa escuela. Aprobé el quinto con todas las notas en cien.

          La profesora Aridia me llevó a la escuela Francisco del Rosario Sánchez en donde los records de notas de los cursos anteriores me otorgaron el derecho de ser parte de su matrícula, superando el obstáculo de la edad que me impedía estar, en igualdad de condiciones con los demás. Aceptado como alumno iba y venia a diario, a nueve kilómetros de distancia, a pie o en burro, con el solo propósito de aprender y lograr una profesión de la que pueda vivir dignamente.

        A partir de ese momento la historia es bastante conocida por los lectores de este medio de comunicación.

       Para lograr estas hazañas solo se necesita dedicación  y disposición. Creo que puede ayudar en algo a los jóvenes de hoy.

                              QUE ASI SEA

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