ARTICULO: La trampa de vivir para otros

Por Patricia Rosado

 ¿Vives o sólo aparentas? Existe una ansiedad que se oculta detrás del espejo social que consume cada día más a las personas.

Vivimos en tiempos extraños. Una era donde pareciera que el valor personal está directamente vinculado a la capacidad de impresionar a los demás, donde la aprobación externa eclipsa por completo la paz interior. La juventud, especialmente vulnerable, está quedando atrapada en una espiral constante del querer aparentar, del anhelo desenfrenado por pertenecer.

Las redes sociales, vitrinas infinitas de vidas perfectas, son las principales culpables de alimentar esta ansiedad colectiva. «Mi amiga tiene un carro nuevo», dice una voz interna, automática y devastadora, «yo debería tener uno también». «Mi amiga acaba de comprar un apartamento», continúa la misma voz, convirtiendo rápidamente la admiración inicial en una sensación de insuficiencia, de no haber avanzado lo suficiente.

Este hábito peligroso de compararse con los demás está creando generaciones enteras marcadas por la ansiedad, la envidia y una presión insoportable por conseguir resultados inmediatos. En lugar de disfrutar cada etapa del camino, nos encontramos consumidos por la urgencia de cumplir con expectativas ajenas, sacrificando el sueño, la salud y la paz mental.

¿Dónde quedó la serenidad, la alegría genuina por los pequeños logros, la satisfacción real por el esfuerzo y la constancia? Hoy parece que la vida se ha reducido a una competencia frenética donde el verdadero premio es solo una ilusión, efímera y superficial.

No está mal querer progresar, buscar mejoras, tener metas claras y ambiciosas. Lo dañino es cuando esas metas están guiadas únicamente por el ego, por la necesidad desesperada de ser visto, admirado, envidiado. Porque cuando perdemos nuestra esencia, nuestra autenticidad, perdemos algo mucho más valioso que cualquier objeto o reconocimiento: nos perdemos a nosotros mismos.

Me entristece profundamente que nuestras conversaciones se hayan reducido al constante «tengo que», al ruido de los deseos insatisfechos y la ansiedad latente por cumplir expectativas que quizá ni siquiera son nuestras.

Yo también he sentido esa presión, también he experimentado la urgencia de aparentar más de lo que soy o tengo. Nadie está exento de esto. Pero hoy prefiero detenerme, respirar, reflexionar profundamente antes de actuar. Prefiero elegir conscientemente la vida que quiero vivir, sin la carga innecesaria de impresionar a nadie. Porque, al final, llenar los ojos ajenos mientras por dentro se acumulan los problemas, es un negocio demasiado costoso para cualquier alma.

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